domingo, 27 de abril de 2014

Lección infantil de humanidad

El miércoles pasado, un día que estaba algo baja de ánimos porque un dolor de cabeza había decidido acabar conmigo antes de que llegara el fin de semana, unas criaturitas de 8 años me alegraron el día.
Estas criaturitas, a veces son ángeles celestiales que te sacan la sonrisa en el día más negro del mes, y otras veces son gremlins sádicos salidos de las entrañas del infierno que te hacen plantearte si Herodes no estará juzgado erróneamente por los historiadores. Pero, al fin y al cabo, son criaturitas que suelen alegrarme un par de horas a la semana a la vez que intentan aprender algo de mí y yo aprendo mucho de ellos.

Pues bien, estaban el miércoles sentados en círculo, ya acabando la clase, y la "jefaza" de la clase tenía una "admiradora" al lado que la peloteaba un poco intentando hacerse su amiga. Porque no nos engañemos, los niños tienen su propia jerarquía, y quién crea que no marcan y guardan ferozmente esas "clases sociales" es un iluso. Siempre hay un cabecilla en el grupo que suele ir rodeado de sus 3 o 4 colegas y forman el "grupo de los guays", son los que parten el bacalao, vaya. Los que deciden los juegos, a dónde se va y quién puede molar y quién no. En general, son indiferentes a todos los que están por debajo y pocas veces admiten nuevos "miembros" en el club. Luego están los que pasan más o menos desapercibidos. Pueden destacar en algo en concreto y durante esa actividad son casi tan guays como las élites, pero el resto del tiempo suelen ir a su bola. Y luego están los que por problemas de autoestima (en general) se pasan el día haciéndole la pelota a los guays para ser tenidos en cuenta (y de estos también hay muchísimos en el mundo adulto, lo que me parece que tiene más delito porque ya tenemos una edad para querernos nosotros mismos y no necesitar la aprobación de los ídolos de turno).

A lo que iba, la jefaza de clase estaba sentada con una de las que, por edad debía estar en el grupo de las guays pero por "habilidad" no solía estarlo. A la jefaza la llamaré N y a la aduladora L. L peloteaba a N y la intentaba convencer de que el próximo día volvieran a ser pareja en los ejercicios (por cuestiones totalmente arbitrarias de la monitora, o sea, porque a mí se me antojó, las parejas no eran las habituales de clase). N parecía que se lo había pasado bien así que aceptaba y seguían haciéndose amigas de esa manera sincera y fácil que solo funciona cuando puedes contar tus años con los dedos de las manos. Sin embargo, en un momento dado, L le preguntó a N por su equipo de fútbol. N contestó que era del Real Madrid y a L se le cambió la cara y contestó casi bajando la cabeza que ella era del Barcelona. Supongo que los adultos no estamos dando exactamente un buen ejemplo de deportividad y han aprendido que si eres de equipo de fútbol diferente a otra persona, esa persona no puede ser tu amiga. De hecho, si ponemos los grandes medios de comunicación en horario infantil vemos como las expresiones "partido a vida o muerte" o "eterno rival" son de uso habitual.

Pero aquí es donde los niños se diferencian de los adultos y es por lo que, extrañamente, sigo teniendo algo de fe en la humanidad. N, la jefaza, le contestó tranquilamente: "No pasa nada, podemos ser amigas de todas formas". Os podéis imaginar la alegría de L al escucharla.

La vida no es más que eso. Un juego tras otro. Aunque se nos olvide demasiado a menudo.

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