martes, 29 de abril de 2014

Decepción lectora ante la pantalla

Después de ver el último capítulo de Juego de Tronos (4ª temporada, 4º capítulo, "OathKeeper") solo puedo, una vez más, echarme las manos a la cabeza y marcarme un Mourinho, ¿POR QUÉ?


Los guionistas de HBO vuelven a pasarse la historia del libro por... el arco del triunfo. ¡OJO! Que aprendí hace muchos años que si te gusta un libro mejor no veas la película (o serie en este caso) porque te acabarás llevando casi con total seguridad una decepeción. De hecho, recuerdo ahora mi primera pelifrustración: Harry Potter y la piedra filosofal.

Como dato curioso yo comencé la saga por el tercer libro, Harry Potter y el prisionero de Azkabán, porque me lo regaló una muy buena amiga del colegio pensando que ya habría leído los dos primeros (supongo que la fama de lectora nació conmigo). La cosa es que me leí ese y luego mi madre me compró los dos anteriores para que empezara a seguir el orden. El tercero acabó siendo mi favorito, quién sabe si porque lo leí dos veces o porque estaba locamente enamorada del personaje de Sirius Black, pero Harry Potter marcó mi infancia/adolescencia ya que el mago acompañó a mi generación muchos años. Pues bien, cuando estrenaron la película del primer libro yo debia tener unos doce años y un entusiasmo que no me cabía en el cuerpo. La peli me convenció bastante, al menos hasta que llegaron a la parte final.

En el libro, una de mis escenas favoritas era una prueba de pócimas y botellines que Hermione debía superar. Había imaginado ese pasaje un millón de veces. En la película lo suprimieron. Obviamente, entré en cólera. Mi madre intentó explicarme que en las películas debían eliminar partes del libro para que no fuera muy larga, y yo lo entendía. Lo que no entendía era por qué ESA escena que a mí me parecía tan importante. Con el paso de los años he seguido llevándome decepciones: Manolito Gafotas, Los tres mosqueteros, la mayoría de superhéroes basados en cómics (Spiderman en las primeras pelis era un parguela y en los cómics te lo pintan como un chulo, y ¿dónde carajos está la tensión sexual no resulta entre Thor y Sif?), incluso Crepúsculo fue una decepción, pero también las hubo que me sorprendieron gratamente como la trilogía Millenium.
Asha / Yara

Pero con Juego de Tronos me está hirviendo la sangre. Entiendo que se eliminen tramas y personajes por la complejidad de los libros, PERO NO si luego inventan otras historias y personajes que no existen. Tampoco entiendo el cambio de nombres PORQUE SÍ. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene cambiarle el nombre a la hermana de Theon Greyjoy de ASHA a YARA? ¿O el nombre y la historia a la mujer de Robb Stark de Jeyne Westerling a Talisa Maegyr?

Muertes que no suceden, personajes con líos amorosos que en el libro no, desaparición de personajes BÁSICOS en la trama (¿EDRIC TORMENTA?) y como en el último capítulo, capturas a ciertos personajillos que debían seguir su camino tranquilamente (o todo lo tranquilo que puede estar alguien en manos de George RR Martin).

En fin, estos enfados solo los conocemos los que entendemos que basar una serie (o película) en un libro es ser, al menos relativamente, fiel al trabajo del escritor.

lunes, 28 de abril de 2014

La pelota favorita

Mi perro puede tener, perfectamente y sin miedo a ser una pizca exagerada, unas 20 pelotas de tenis acumuladas. Y que conste que hace ya años que no se las compro, pero se ha convertido con el paso del tiempo en un experto buscador de éstas (y del pollo asado) y las huele a kilómetros. Alguna ha rescatado desenterrándola en la playa o en las jardineras de la urbanización. Solo le dejamos dos pelotas al alcance, literalmente, porque sino la hora de salir a jugar podría ser una locura intentando llevárselas todas.

El caso es que en ocasiones encuentra una que se convierte de forma automática en LA pelota. No he conseguido averiguar qué características tiene que reunir la dichosa pelotita para convertirse en la favorita, ya que para mí todas son parecidas, cuando no iguales. Algo tendrá que ser a sus ojos (o hocico), y seguro que él piensa igual de mí cuando me ve a todas horas con libros en las manos.



Cuando LA pelota aparece, las otras veinte pierden toda la importancia. Es como si no existiesen a pesar de que, probablemente, el día anterior fueran su tesoro más preciado. Vive por y para la pelota favorita. Se pasa las horas delante de la puerta, sentando esperando que llegue el momento del paseo. Y cuando termina se resiste a soltarla aunque tenga la lengua arrastrando y necesite descansar y beber agua a todas luces. La entierra, desentierra, muerte, suelta en el agua, lame y corre tras ella como si hubiera otra cosa en el universo capaz de llamar su atención.

Absurdo, ¿no? Pues los seres humanos actuamos de la misma manera. Solo hay que cambiar pelotas por personas.

Tenemos un montón de gente a nuestro alrededor que nos quiere, que nos produce alegría. Y los queremos, PERO. Aparece LA pelota. Nuestra pelota particular. La que ocupa nuestro pensamiento noche y día y nos hace olvidarnos de comer, beber, dormir y de nuestros veinte seres queridos. Y queremos apsar el día divirtiéndonos con ella. Y nos obsesionamos.
Y dejamos de lado todo lo demás porque somos felices los instantes que pasamos con LA pelota. Hasta que perdermos la pelota.

Mi perro, en concreto, tiene tendencia a destrozarla por el uso (se nos rompió el amoooor de taanto usaarlo...), pero alguna ha perdido por despiste o accidente. Cuando rompemos la pelota, duele. Pero hemos visto el desgaste y se podían intuir los créditos finales a medidad que avanzaba el juego. Lo jodido es cuando la pierdes y no sabes por qué o cómo ha pasado. En esos casos, mi perro pasa un tiempo deambulando meláncolico preguntándose (o eso me parece a mí) qué pasó. Y los humanos igual.

Lo que nos diferencia es la actitud después. Mi perro llega a casa y busca sus veinte pelotas y, aunque sepa que no es lo mimo, las valora y se reconforta con ellas, esperanzado y abierto a encontrar otra pelota favorita. Sin embargo, los humanos tendemos a despreciar y pagar con nuestras veinte pelotas nuestra mala estrella. Y seguimos estancandos en LA pelota perdida sin querer ver nada más.

Tengo mucho que aprender de mi perro.

domingo, 27 de abril de 2014

Lección infantil de humanidad

El miércoles pasado, un día que estaba algo baja de ánimos porque un dolor de cabeza había decidido acabar conmigo antes de que llegara el fin de semana, unas criaturitas de 8 años me alegraron el día.
Estas criaturitas, a veces son ángeles celestiales que te sacan la sonrisa en el día más negro del mes, y otras veces son gremlins sádicos salidos de las entrañas del infierno que te hacen plantearte si Herodes no estará juzgado erróneamente por los historiadores. Pero, al fin y al cabo, son criaturitas que suelen alegrarme un par de horas a la semana a la vez que intentan aprender algo de mí y yo aprendo mucho de ellos.

Pues bien, estaban el miércoles sentados en círculo, ya acabando la clase, y la "jefaza" de la clase tenía una "admiradora" al lado que la peloteaba un poco intentando hacerse su amiga. Porque no nos engañemos, los niños tienen su propia jerarquía, y quién crea que no marcan y guardan ferozmente esas "clases sociales" es un iluso. Siempre hay un cabecilla en el grupo que suele ir rodeado de sus 3 o 4 colegas y forman el "grupo de los guays", son los que parten el bacalao, vaya. Los que deciden los juegos, a dónde se va y quién puede molar y quién no. En general, son indiferentes a todos los que están por debajo y pocas veces admiten nuevos "miembros" en el club. Luego están los que pasan más o menos desapercibidos. Pueden destacar en algo en concreto y durante esa actividad son casi tan guays como las élites, pero el resto del tiempo suelen ir a su bola. Y luego están los que por problemas de autoestima (en general) se pasan el día haciéndole la pelota a los guays para ser tenidos en cuenta (y de estos también hay muchísimos en el mundo adulto, lo que me parece que tiene más delito porque ya tenemos una edad para querernos nosotros mismos y no necesitar la aprobación de los ídolos de turno).

A lo que iba, la jefaza de clase estaba sentada con una de las que, por edad debía estar en el grupo de las guays pero por "habilidad" no solía estarlo. A la jefaza la llamaré N y a la aduladora L. L peloteaba a N y la intentaba convencer de que el próximo día volvieran a ser pareja en los ejercicios (por cuestiones totalmente arbitrarias de la monitora, o sea, porque a mí se me antojó, las parejas no eran las habituales de clase). N parecía que se lo había pasado bien así que aceptaba y seguían haciéndose amigas de esa manera sincera y fácil que solo funciona cuando puedes contar tus años con los dedos de las manos. Sin embargo, en un momento dado, L le preguntó a N por su equipo de fútbol. N contestó que era del Real Madrid y a L se le cambió la cara y contestó casi bajando la cabeza que ella era del Barcelona. Supongo que los adultos no estamos dando exactamente un buen ejemplo de deportividad y han aprendido que si eres de equipo de fútbol diferente a otra persona, esa persona no puede ser tu amiga. De hecho, si ponemos los grandes medios de comunicación en horario infantil vemos como las expresiones "partido a vida o muerte" o "eterno rival" son de uso habitual.

Pero aquí es donde los niños se diferencian de los adultos y es por lo que, extrañamente, sigo teniendo algo de fe en la humanidad. N, la jefaza, le contestó tranquilamente: "No pasa nada, podemos ser amigas de todas formas". Os podéis imaginar la alegría de L al escucharla.

La vida no es más que eso. Un juego tras otro. Aunque se nos olvide demasiado a menudo.