Cuarenta minutos más tarde, Pablo ocupaba el asiento del
copiloto.
Miguel observó con atención cada uno de los gestos de su
compañero hizo desde que lo vio salir del portal, intentando leer en su rostro
una pista sobre cómo había ido la cena con Lucía, pero Pablo se limitó a
saludarlo con un gesto de cabeza cuando reconoció el coche y un seco “hola”
cuando subió. Encendió la radio en cuanto Miguel arrancó el motor, cortando así
cualquier intento del joven rubio de iniciar una conversación. Jenny from the block retumbó en los
altavoces.
-
¿Dónde es? – preguntó cuando por fin decidió
hablar tras quince minutos de conducción silenciosa.
-
En Marbella. Nivel uno, algo sencillo. Tenemos
que averiguar dónde esconde un viejo ricachón a Cristina y Anita.
-
¿Ha secuestrado a dos chicas? – preguntó Pablo
abriendo los ojos totalmente escandalizado.
-
No, hombre, no seas fatalista. He dicho nivel
uno – mirándolo como si eso lo explicara todo. – Es el nombre de una
embarcación pequeña. No sabemos exactamente de qué tipo, ni en qué puerta está
atracada, si es que están en un puerto y no escondida en algún otro sitio. A
bordo contiene unos ficheros con datos muy importantes para La Compañía, parece
ser que ha descubierto a qué se dedican algunos de nuestros buscadores y planea chantajearlos. Hay que recuperar
o destruir esos documentos, pero para eso tenemos que localizar antes a Cristina y Anita.
-
¿Y qué pasará con él?
-
¿Con quién?
-
Con el viejo ricachón.
-
No lo sé. Tampoco me importa, sinceramente. Es
un tío que no sabe lo que quiere, pero que está dispuesto a todo para
conseguirlo. Se merece lo que le pase. Creo que tiene tratos con la mafia rusa
por toda la costa – agregó encogiéndose de hombros. – Ésta preocupación por el
objetivo no es habitual. ¿Tiene algo que ver con tu cena de anoche con tu
amiga? ¿No fue bien?
-
Fue mejor de lo que esperaba – admitió Pablo. –
Se lo tomó con bastante… diplomacia. Y apenas hizo preguntas, aunque esta
mañana me advirtió que tenía muchas y que me haría más cuando nos viéramos de
nuevo.
-
Espera, espera – interrumpió Miguel con una
sonrisa flotándole en los labios. – No sé si he oído bien. ¿Has dicho esta
mañana?
Pablo no consiguió reprimir una sonrisa y se pasó la mano
por el pelo mientras asentía.
-
¿Vuelve a pasar la noche contigo y tú lo
calificas como “se lo tomó con diplomacia”? ¡Eres un cabrón con mucha suerte!
Si su primera reacción ha sido esa, con el tiempo solo puede mejorar. ¡Lo has
conseguido!
-
No es tan sencillo, Miguel. Me está dando una
tregua. Quiere creer mis palabras, mis explicaciones, y está frenando sus dudas
y su curiosidad natural. En algún momento llegarán sus preguntas, y estoy
seguro de que serán lo suficientemente afiladas como para poner en apuros esta
precaria situación.
-
Pero estás ignorando lo más importante de todo.
Ella quiere creerte, tienes su predisposición. Seguirá a tu lado si tú no la
cagas con una nueva mentira.
No respondió. Meditó en silencio sobre lo que su amigo
acababa de decir y se dio cuenta de lo mucho que se parecía a lo que le había
dicho Paty por teléfono: “No vuelvas a cagarla y ella volverá junto a ti”. Dejó
vagar su mirada por el paisaje marino. El día estaba despejado y el mar
brillaba con los reflejos del sol. Casi no había viento, por lo que el agua se
mantenía en calma, sin apenas ondulaciones ni movimiento. Tendría que volver a
hablar con Lucía. Había omitido deliberadamente el detalle de que ese trabajo
era para toda la vida, pero ahora sabía que debía contárselo cuanto antes. En
los pocos meses que llevaba en La Compañía había oído muchos rumores sobre
agentes que trataban de dejar sus obligaciones y desaparecían misteriosamente,
o sufrían accidentes con el coche cuando volvían a casa del supermercado.
Miguel le había dado a entender que esa información contenía parte de verdad,
pero que tampoco era cierta por completo. Era preferible que nadie dejara La
Compañía, sí, manejaban mucha información delicada y cualquier agente
“liberado” podía sufrir la tentación de lucrarse con esos datos. También era
verdad que algunos agentes habían intentado retirarse de malas maneras y habían
sufrido las consecuencias de intentar amenazar a La Compañía. Sin embargo, no
era lo habitual. Según Miguel, los trabajadores retirados desaparecían por
voluntad propia. Tras años de dedicación a una vida poco convencional, la
mayoría prefería mudarse a lugares donde nadie los conociera, rompiendo todos
los lazos existentes con su modo de vida anterior.
-
¿Por qué no la invitas a conocer La Compañía?
Que vea nuestro trabajo. – Pablo empezó a negar con la cabeza, pero Miguel no
se dio por aludido. – Quizás cuando nos conozca desde dentro cambia de opinión
respecto a lo de respetar la privacidad, como tú dices. Y te entenderá mejor.
Tú no tendrás que explicarle nada porque ella ya lo habrá visto de primera mano
y, quién sabe, puede que incluso se anime a trabajar con nosotros.
-
No – negó Pablo endureciendo el rostro.
-
No, ¿qué?
-
No trabajará con nosotros.
¿Por qué no? Sería la manera más fácil de
ahorrarte mentiras y excusas, a ambos bandos. No puedes ocultarla para siempre.
Y creo que no existe ninguna norma de empresa que te prohíba mantener relaciones
con los compañeros de trabajo – bromeó Miguel.
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