Puedo decir que la evolución jugó a mi favor y no he tenido problemas con escaleras mecánicas, ni me he perdido en el metro ni cosas del estilo. Aunque he de reconocer que si me traigo un par de cosicas que me han dejado un poco con la boca abierta. Allá por la capital las señoras en el metro me reconocen como no madrileña. No por mi acento, que es lo que cabría esperar (bueno, igual cuando abro la boca ya confirmo todas las sospechas), sino porque les cedo el asiento en el metro. Y es que, igual generalizar está feo, pero no he visto a nadie joven cederle el asiento (ni el paso) a alguien visiblemente mayor. Ni a alguien con muletas o con un bombo que amenazaba con dar a luz en ese mismo momento. O hacen como que ni los han visto o directamente les da igual. No sé cuál de las dos opciones es peor.Allá por la capital la gente es indiferente a lo que le sucede al de al lado. Gente podrida en dinero (con abrigos de piel y bolsas de marcas que te cobran solo por pronunciarlas) ignorando deliberadamente a los muchos (muchísimos) que se abrigan con cartones. Y estamos en marzo y hace frío, Bastante frío. Y no hace falta buscar ejemplos tan descorazonadores, un tipo iba tan embobado con la pantalla de su móvil saliendo del metro y cayó al suelo tropezar con los escalones. Era joven, así que si no te daba pena, te debían dar ganas de ayudarlo a levantarse o, como mínimo, ganas de reír. Pero allá por la capital no. Allí la gente lo esquivó sin miar y sin, mucho menos, pararse a pensar si podían hacer algo por él.
Allá por la capital hay muchísima gente. Allá por la capital siempre estás rodeada de gente. Allá por la capital nunca estás solo y, sin embargo, es donde más solo te puedes sentir.

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